miércoles, 31 de agosto de 2016

conociendo el este


      1.      Ya lo tengo todo controlado

Mochila que guarda toalla usada. Mochila que guarda perfume caro. Mochila que guarda billetes a: Cracovia –tierra de música klezmer, dice papá- y Auschwitz –tierra de crimen, dice la historia-. Mochila que guarda ropa y maquillaje. Mochila que guarda puñal –invisible-. Mochila que guarda control. Mochila que guarda secador. Mochila que pesa en la espalda. Mochila que da calor.
*tengo que preguntarle a papá por qué muchas palomas tienen un anillo identificatorio en la pata.
**Una mariquita que aguantó todo el viaje en tren a Köln. Y en Köln emprendió el vuelo, decidida. ¿Será una personificación?
Me reúno con Nora en el aeropuerto. En el aeropuerto: por aquí se vuela hacia el este y/u oeste. Nosotras nos vamos al este. Y por eso conocimos a Cristina nada más llegar a Varsovia. Cristina era de Canarias, pero creímos por su acento que era argentina. Llamaba al autobús guagua. Dijo: no os riais, es la costumbre. Fuimos juntas hasta el hostal. Vimos la ciudad de noche. Hablamos de diversos destinos. Luego nos dejó cuando llegó su amiga americana. Se reunían unos días. Iban a celebrar los viejos tiempos.

      2.      Ajde jano

     Eran las 9:30 de la mañana y todos se habían ido: las ucranianas que estudiaban polaco hasta las tantas, los españoles que venían de Reus, los anónimos que roncaban y no me permitieron dormir bien.
Cesaron: los chasquidos, los susurros, el crujir de la madera vieja, el arrullo de la paloma, el graznido del cuervo. Empezó: la sirena de la ambulancia, el olor a café, el cielo a oscurecerse. Conocimos: a dos alemanas que estaban de viaje, dos finlandeses, dos jóvenes que venían de Nueva Zelanda. Una no paraba de hablar, era divertida. Nora se reía con ella. Me gustó verla así, riendo.
Varsovia gris y triste. Varsovia llena de suciedad, pulcritud y retazos de cultura. Varsovia completa de edificios soviéticos, ojos azules, pelos platinos. La gente de Varsovia que sorprende, impulsiva, a veces metódica. Testigos de Jehová nos regalaron panfletos publicitarios. Allí guardé todas mis instantáneas. Varsovia estaba de fiesta, rememoraba el año 1944, año de guerra, visible en los carteles. También rememoraba el aniversario del nacimiento de Polonia, o eso dijo el argentino. 1500 años de Polonia. Varsovia tranquila, cómoda, quizá también hermosa. Nora pensó en ella como ciudad temporal. Caminaba y observaba; recogió el recuerdo con la cámara, lo convirtió en pasaje. Click, click. Nos sentamos frente a una iglesia jesuita. A nuestra izquierda nada, a nuestra derecha españoles disfrutaban de su pausa fumando y bebiendo cerveza. Buscamos el río Wisla. Lo encontramos. Lo admiramos. Nos fuimos. Yo no podía parar de cantar.

            3.      Arbeit macht frei

Hemos visto las miradas perdidas de gente que una vez estuvo viva. Hemos visto sus caras desencajadas, el horror de su expresión facial. Hemos visto sus zapatos, sus cabellos, sus camas, sus ropas. Hemos visto y tocado, pero aun así no podemos comprender el dolor, porque no hemos vivido.
Hemos visto sótanos donde tenían a prisioneros de guerra ya condenados, incluso antes de ser sentenciados. Hemos visto el asco y la humillación en forma de orinal y vertedero. Hemos tocado las paredes que ellos alguna vez también tocaron para intentar derrumbar, sin éxito. Hemos sentido el disparo en la nuca, cerca del paredón, sin haber visto la pistola, ni tampoco el número identificatorio en el antebrazo.
Hemos caminado por donde caminaron soldados. Izquierda: apto para trabajar. Derecha: directo a la cámara de gas. Birkenau, nombre de los horrores. Quien entraba allí no volvía a salir. Si entrabas en Birkenau, es posible que acabaras en el crematorio. Birkenau soleada y con margaritas. En 1944 tenía hasta ocho centímetros de barro. Prisioneros morían ahí, asfixiados. Nosotras ahora tenemos calor, decimos: pega el sol. Nos quejamos porque hemos viajado de Varsovia a Cracovia de madrugada y apenas hemos comido y bebido. No pensamos en que ellos trabajaban de diez a catorce horas sin protestar, porque si lo hacían, es posible que acabaran en la horca, o con un tiro en la sien. Todo esto sin pedirlo jamás, acaso, cuando ya no pudieran cargar con el simple hecho de ser judíos. Alabado y maldito sea Dios, por permitir que la muerte fuera solo su única libertad.

            4.      Hey girls, no se puede sin vivir sin amar

Últimos días de agosto. Últimas horas en una ciudad que ha mostrado al fin calidez y tranquilidad. Adiós Varsovia, decimos con el ceño fruncido. Le digo a Nora: este viaje es mi primer verano así. Ella dice: así cómo, ¿no tan morena?. No, corrijo, libre.
En el paso de cebra hablamos de dinero y un señor nos presta atención. Se acerca, encorvado, masculla en un interesante castellano: hey girls, no se puede vivir sin amar. Guardamos silencio. Mientras cruzamos el paso peatonal, reflexionamos sobre ello. Le doy la razón, tarde, como siempre. Él ya desaparece entre la multitud. En el bus: una mujer se despide de sus amigas. Una de ellas le dice: háblale de mí, de Varsovia. La que se va asiente, dice adiós con la mano. Siempre decimos adiós con la mano.
Al final, cuando volamos, todos nos maravillamos de alguna manera al contemplar el mundo desde tan alto. Somos así de simples.


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