martes, 28 de junio de 2016

comodín

Nunca ha habido otro comienzo que éste de ahora,
ni más juventud que ésta
ni mas vejez que ésta;
y nunca habrá más perfección que la que tenemos
ni más cielo
ni más infierno que éste de ahora. 
- Canto a mí mismo, Walt Whitman.


Le dio por decir echt? todo el tiempo que estuve allí. Me tocaba el brazo siempre que hablaba conmigo, y cada vez que yo explicaba cómo tenía que hacer las cosas, ella respondía de nuevo echt?. Echt significa en alemán: auténtico, real, pero también signfica: ¿En serio?; así que ella decía mucho echt? porque era una criatura muy ingenua. Una de las veces me dio por mirarme las manos y descubrí un par de moratones. Toqué y me dolió bastante. Ella seguía pululando por ahí, la pobre, intentando comprender, si es que podía, toda aquella historia. Me preguntó cuántos años tenía papá, yo le respondí que 58, y justo me vino a la cabeza que lo querían prejubilar para largarlo de la empresa. La cosa está muy mal, siempre está muy mal. Estaba haciendo algo cuando pasó, y afuera llovía de muy mala manera, casi a finales de junio, con la calle medio vacía porque aquella misma tarde jugaba Alemania contra Polonia.

Le dio por llamarme mein Hase, aunque al principio yo no sabía por qué me puso ese apelativo. Hubo una vez que aparecieron unos manifestantes rusos en la puerta. Decían que el enemigo no era Putin, sino la ciudad de Londres. Ella era mitad alemana, mitad rusa. Le comenté lo que estaba pasando. Ella me contestó: claro, Putin no es malo. Al poco rato apareció una madre rusa con sus tres hijas. Sostenían un par de carteles, escritos en alemán, que comunicaban: Solo queremos la paz, preferimos el deporte a llevar a Europa a la guerra. La más pequeña sostenía este último mensaje. Paz en alemán se dice Frieden. Pregunté a Vivien por el significado porque no estaba segura. Entonces vino ella y me dijo: Mein Hase, ¿sabes qué quieren decir exactamente con enemy? Puse un ejemplo sobre superhéroes, otro de política (CDU, AfD) y finalmente mencioné la guerra. Ella asintió, creo que lo entendió, o quizá solo lo hizo para que cerrara el pico.

Me llamaba mein Hase, pero había días que se refería a mí como si estuviera desquiciada o enferma. Una vez grité: ¡Quisiera estar borracha! Pero ella no entendió por qué lo dije. A veces me llamaba por mi nombre, decía Patrisia, y luego añadía oh, por lo que quedaba: Oh, Patrisia, y lo que tuviera que añadir después. Por ejemplo, en mi cumpleaños, lo hizo así, mientras me abrazaba y me preguntaba si estaba de buen humor. Contesté: ¡No lo sé! Y ella rió, porque lo dije con tono divertido, señalando de nuevo la lluvia que caía y caía, y volvía a caer, oscureciendo la ciudad y la acera, las ganas de trabajar. Cumplía 23 años y al día siguiente había elecciones en mi país. Cuando salieron los resultados, le dije: Hoy es un día terrible, y se confirma lo que tanto temía: mi patria ha vuelto a romperme el corazón. Ella se encogió de hombros y no alegó nada. Lo tenía todo, hasta la indiferencia.

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