Yo estoy demasiado tranquilo desde hace tres años. Ya no puedo recibir de estas soledades trágicas nada más que un poco de pureza vacía. Me voy.(para escuchar)
- La náusea, Jean-Paul Sartre.
Pierrot le fou, Jean-Luc Godard, 1965.
Tendrás que perdonarme, Consuelo,
por haberme referido aquella vez a la vida como una eterna ilusión de eventos
inoportunos. Toda la gente que conocemos, todas las personas que de un modo u
otro aparecen representadas en nuestra panorámica, no son más que experiencias
de la memoria, pequeñas dosis de acalorado placer. A veces regalado, a veces
sufrido. Pero así estamos, Consuelo, tan vagamente cercanos a nuestros sueños,
tan cruelmente estancados en la realidad de nuestra condición.
Todos aquellos que me conocen
preguntan cuándo me voy, y yo respondo, Consuelo, con un leve chasquido de
dientes, quizá también con cierto fraude, que ya hace tiempo que me fui. Y ellos
ríen porque me creen loca (¿Acaso lo
estoy?). No conciben mi respuesta como algo certero. Pero yo sé, Consuelo,
que mi cuerpo exige el estado de ataraxia que jamás ha palpado. La liberación
de la nostalgia, el abatimiento, el malestar. Sed de lo intrépido, del amor –del
verdadero amor.
Es cláusula común, y perdona mi osadía,
bañarse en llanto seco (tú bien lo sabes), buscar el alivio en el padrenuestro,
implorar que el olvido no sea bagaje pesado, sino tiempo enclaustrado en los
años y en el recuerdo. Tiempo que echa a volar, Consuelo, con los pájaros, con
los deseos. Poemas de amor, malintencionados, que prometen y ríen; pálpitos
nada bienaventurados, latidos atroces que desgarran el afecto y lo convierten
en comida para perros. Si estamos solos, Consuelo, es porque no confiamos. Pero
pronto dejarán de añorarnos y seremos al fin reposo, quietud. Seremos armonía. Seremos
libertad.
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