La Poncia: Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad.
Criada: Ésa es la única tierra que nos dejan a las que no tenemos nada.
- La casa de Bernarda Alba, Federico García Lorca.
I. Vuelve la lavadora de madrugada,
el sonido de la caldera. Mañana despertaré y habrá oscuridad y también gritos.
Hoy iba de paseo con papá y escuché el canto de un triguero. Hice dos fotos a
la luna; clara luna, bella luna, luna lunera, falsa, terca. Dos de mis gatas
están embarazadas. Una me reconoce: la vieja y solitaria, la fea. La otra huye,
huye de mí, no dice nada, solo bufa. La paloma es la paloma, la paloma ya no
mensajera, sino enferma. Portadora de miseria y bacterias. La paloma arrulla.
Tomo café y mi piel muerta respira el aire fresco, limpio. Libre de males.
Pienso: hace un año yo te evitaba, como si fueras el Diablo. Te evitaba y a la
vez te deseaba. Ahora ya no estás ni yo tampoco. No estamos, quizá nunca
estuvimos, quizá fue todo mentira, acaso, cuando nos llamábamos y decíamos:
tienes pinta de milenio. Dónde estarás ahora, con quién te acostarás.
II. La tele se apaga, así de
repente. Todo oscuro, luego intermitencia. Se escucha: ¡Dónde habréis leído
esas palabras, para decirlas así! Otra voz replica: ¿Qué palabra? Vuelve la
primera voz: ¡Llamar a alguien loco, de esa manera! Recuerdo que los que no
estamos locos somos los que debemos ir al psiquiatra. Firmo libros para gente
que no conozco y todo me parece raro. Canta el gallo, canta el perro, canto yo.
Evito los espejos aquí también. En todas las casas evito los espejos. En todas
las comidas evito las espinas.
III. De pronto el dolor menstrual,
puntiagudo. Grito. Ese era el grito del que hablaba. Grito y mamá dice: no
tienes fiebre, es la reacción de tu cuerpo. Algo me está matando por dentro. Me
duele. Grito. Vomito. Voy a la cama. La luz me molesta, hablar me molesta. Todo
me molesta.
IV. En un tiempo más alejado del
dolor, papá me lleva y me compra ácido para intentar resucitar la piel. Me encuentro
con gente que no saludo porque ya no forma parte de mi vida. Tengo antojo de
chocolate, pero bebo un descafeinado. En un momento puntual en el supermercado
veo mi rostro en un espejo y casi rompo a llorar. Quién soy. Qué ha pasado.
Quién soy. Qué ha pasado. Pero papá dice: ya verás el día que falte. Yo digo:
escribiré todos tus chistes. Y al día siguiente, mientras voy a la peluquería,
escucho cosas sobre la violencia de género en la India: cuando se trata de una mujer, todos vuelven la cara. La mujer tiene que
estar estigmatizada. Me miro las manos, ¿dónde están mis estigmas? Luego
miro el sol, que brilla mucho, y mi piel muerta absorbe su calor. Más tarde me
hablan de la enfermedad: le habla la radio, la tele. Le habla la alucinación. Su
mirada está muerta, es como si estuviera poseído.
V. Pero Cristo no sufre, parece
estar en éxtasis. El sufridor es el hombre, la estigmatizada es la mujer.
VI. Se pegó un tiro un ex compañero
de papá porque estaba pasado. El
tiempo amenaza lluvia. Pasa el panadero. Yo espero. En la vorágine se despierta
de nuevo esa sensación a la que no sé qué nombre atribuirle.
VII. Adiós, digo adiós. Se acabó
todo: la paz, el hogar. Vuelta a lo extraño, a lo perecedero, al territorio
mudo.
VIII. Mamá llora, siempre llora: ¿Mis niños? Mis niños echaron a volar.
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