domingo, 3 de enero de 2016

primer consejo de Año Nuevo: no se dejen convencer

Wings of desire, Wim Wenders, 1987.

No se dejen convencer, jóvenes, por el ocaso frontal de cada esperanza. No se dejen convencer, tampoco, por el talento, la veracidad del encanto de los ojos tristes. No se dejen convencer por la brevedad del latido ni tampoco por la sabiduría del intenso aroma de la libertad. Los frutos no siempre son frutos, a veces se quedan en semillas mustias, mordidas por el desgaste de la propia tierra. Por eso les advierto, jóvenes, que no se dejen convencer por el amor, pero tampoco por el odio. Yo, que he experimentado tales enfermedades, descubro la tristeza de ambos extremos —son tan ponzoñosos como benévolos; ligeros y amargos, se sublevan ante el ardor de su expresión inicial. Nunca nadie vuelve a ser el mismo tras sumergirse en la verdad de la ira, así como tampoco cuando regresa del susurro pletórico de la fe.

No se dejen convencer, muchachada, por la sangre derramada, pues sigue estando viva, hambrienta, esperando a la violencia, esperando al aire para infectarlo, roerlo, hastiarlo. Ay de mí, cuando traje en estas manos las minas de la pobreza y el hambre; cuando lloré y dije me siento tan triste mientras me iba, absorbida por la soledad de mi amor, del verano rojo, perdiéndome de cabeza y cuerpo. Por eso les aconsejo, transeúntes, que no se dejen convencer por la razón ni por la crítica. Sólo convénzanse cuando la región determine el regreso. Y no, jóvenes, no será acto en vano cuando aparten el rencor de sus vidas —luego díganme cómo lo consiguieron. Agrúpense, ámense, dense la mano y rían, por favor, rían todo lo que puedan hasta que sus corazones gocen del memorial de una noche espléndida. Puede que sea la única que tengan en toda su vida.

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