jueves, 7 de mayo de 2015

no comprendo a Lacan

The Dreamers, Bernardo Bertolucci, 2003.

No comprendo a Lacan, te digo, no lo comprendo. Ni tampoco comprendo la muerte del autor que tanto defiende Barthes. Ni la enfermedad, no comprendo la enfermedad, pero nos ha tocado padecerla. No estoy de acuerdo con Platón, te digo, pues la escritura no destruye la memoria ni debilita el pensamiento. La escritura revive el espíritu, de una manera u otra, lo hace inmortal. La pasada noche soñé que decía «el alma es causa indirecta de la muerte». Esa frase evidentemente no es mía, te digo, pero decirla me posicionó en la metafísica del cuerpo como protector del aliento, precursor de la vida. Pude flotar.

Está aquí la primavera, está aquí el almendro en flor. Cada vez que lo miro me pongo triste; ahora lo asocio a esa muerte, a los malos presagios. Ya lo ves, te digo, algo hermoso e inocente también puede convertirse en algo terrible e injusto. Evito hacerle fotos, te digo, porque ahora parece que cada cosa que fotografío se convierte en el vacío. Y tú me miras de esa manera, como si fuera Lacan y me pudieras comprender, como si el estado nihilista del que tanto hemos hablado ahora fuese sólo una nube de humo situada encima de nuestras cabezas.

Y escucho ya canciones de desamor para evitar la lágrima póstuma, te digo, para evitar la pérdida o el horror. No te voy a fotografiar, no te voy a malgastar. No crees lo que te cuento, no te lo crees. En realidad sí lo creo, me dices, pero no quiero la racionalidad en nuestro círculo, no la quiero. Quiero el efecto, la chispa, el derroche temporal. Quiero el cuerpo, el sexo, el sudor, el gemido. Quiero el asalto, me dices, la oniria, la voz gritando, proclamando. Quiero la boca. Mira, hace buen tiempo para pasear, y si te fijas bien, sobre la tierra nos queda todavía una lejanía por explorar. Y yo te digo, entonces, te digo: haz lo que quieras con nuestro presente, a fin de cuentas a mí ya no me pertenece.

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