Navega sin remos el transeúnte «soy»
cerca de los vértices de enero. Siento la incoherencia del mapa, el dolor al
mirar el carrete vacío. ¿Por qué esta repentina tristeza, hacia dónde me lleva?
¿Por qué la helada no me permite indagar en la calidez del hogar y me cuesta
desnudarme ante la tarde, ante su verdad? ¿Por qué el fino ramaje araña todo el
cuerpo y el llanto fluye descarriadamente por el río? ¿Por qué el amor me hace
estar ebria y el lugar donde permití serenar mi alma permanece corrompido?
Es cierto que extraño la lluvia,
que, a pesar de ello, la sigo detestando. Es cierto que extraño la crisálida de
nuestra imagen, proyectada hacia una borrosa vejez. Sí, sí, el tiempo me
desgastará y el gorrión anidará su tumba en las canas de mi cabello. Cantará su
réquiem el tembleque de mi voz corroída, acunará sus últimos momentos el tacto
de mis vetustas manos. ¡Quiero ser ave de paso antes de arrojar al vacío mi
juventud, quiero saber que el escondite de tu pasado acuna todavía las ganas de
llorar! ¡Quiero ser ciprés y elegir el ritmo de mis ramas ante la ventolera,
permitir habitar un secreto de confesión en mis fracturas a los solitarios
maleantes que fueron acusados de tener arrugas en sus arterias antes de tiempo!
¡Quiero ser la madre del gato de las cuatro vidas, la Eva que robó a Adán sus
pertenencias! ¡Quiero ser la Cruella de Vil del verso, la furia aletargada del
orgasmo manual, soldado que carga con el bagaje de su pena, Virgen que alumbra
la calzada con la llama de su destierro! Pero soy sílfide mustia, una Kahlo
desesperada que maneja con su vello los hilos de la sospecha, de la locura
llena de aguijones letales y mañanas almidonadas bajo un manto de cristales
rotos. ¡Hay tanto silencio en estas paredes y tanto grito en el interior de la
vorágine! Ah, qué horrible pesadilla esta…, ¡la del despertar y no ser!
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