domingo, 30 de noviembre de 2014

al hombre que amé sin reciprocidad

autor desconocido


Caen los héroes, y su olvido ya es obligación moral.
Caen los cuerpos, fríos, a la fosa común del recuerdo.
Caen, caen, caen.

Nos ponen fotos de muertos, nos dicen «ellos vivieron, vosotros moriréis».
Nosotros decimos «elegimos conocer el pasado, alimentar la memoria».
Tú dices «sabrás que te amé cuando honres a tu cuerpo y me condenes para siempre».
Si te condeno, si te digo «ya no», estaré enterrando el pecado de la ausencia, estaré perdiendo el juego suicida y todos conocerán mi debilidad: el asiento de atrás.

Caen los hombres, caen las mujeres.
Los que se fueron, los que se quedaron.
Tú eres embrujo de la figura, rabo de lagarto. Te vas cuando el gallo canta y vuelves para la oniria, el latido, el discurso del rey destronado.
Olvido, pero a ti te recreo en la violencia de la palabra, atenta y reivindicativa, desvalijada y extinta. Te perdono porque eres fuente de vida, allí donde la mirada tematiza la historia de tu desequilibrio y el temor de ser apartado —nunca de mí.

Como una promesa de huraña y centella alevosía, me fui a vivir al monzón de Dios y en aquel lugar me quedé, sola; a veces se levantaba un poco de aire y las olas mojaban tu imagen. Cifras de agua representando el abandono. Me dormía con ellas, abrazada a los residuos de tu talle.
Ahora deseo,
ahora cólera.
Ahora espejo,
ahora niebla.

Caen los ángeles, a tu espalda llevan su fe a expirar.
Caen los olivos, los patrimonios.
Tú recibes oro y arena, cobras tiempo y papel. Partiremos, solos, inquietados por nuestra tierra. Partiremos y nos encontraremos con el síntoma de la virtud y entonces, capaces de tirar del invierno, nos expondremos al hambre del afecto.

Te espero, todavía, a la sombra del extraño. Te espero anidando las vidas en tinta indeleble. Te espero para que vengas a contarme qué aspecto tiene el triunfo y la cana del afortunado.
Pero recuerda, querido, que algún día nosotros también seremos fotos de muertos.

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