autor desconocido
Caen los héroes, y su olvido ya es obligación moral.
Caen los cuerpos, fríos, a la fosa común del
recuerdo.
Caen, caen, caen.
Nos ponen fotos de muertos, nos dicen «ellos vivieron, vosotros
moriréis».
Nosotros
decimos «elegimos conocer el pasado, alimentar la memoria».
Tú dices «sabrás
que te amé cuando honres a tu cuerpo y me condenes para siempre».
Si te
condeno, si te digo «ya no», estaré enterrando el pecado de la ausencia, estaré
perdiendo el juego suicida y todos conocerán mi debilidad: el asiento de atrás.
Caen los
hombres, caen las mujeres.
Los que
se fueron, los que se quedaron.
Tú eres
embrujo de la figura, rabo de lagarto. Te vas cuando el gallo canta y vuelves
para la oniria, el latido, el discurso del rey destronado.
Olvido,
pero a ti te recreo en la violencia de la palabra, atenta y reivindicativa,
desvalijada y extinta. Te perdono porque eres fuente de vida, allí donde la
mirada tematiza la historia de tu desequilibrio y el temor de ser apartado —nunca
de mí.
Como una
promesa de huraña y centella alevosía, me fui a vivir al monzón de Dios y en
aquel lugar me quedé, sola; a veces se levantaba un poco de aire y las olas
mojaban tu imagen. Cifras de agua representando el abandono. Me dormía con
ellas, abrazada a los residuos de tu talle.
Ahora
deseo,
ahora
cólera.
Ahora
espejo,
ahora
niebla.
Caen los
ángeles, a tu espalda llevan su fe a expirar.
Caen los
olivos, los patrimonios.
Tú
recibes oro y arena, cobras tiempo y papel. Partiremos, solos, inquietados por
nuestra tierra. Partiremos y nos encontraremos con el síntoma de la virtud y
entonces, capaces de tirar del invierno, nos expondremos al hambre del afecto.
Te
espero, todavía, a la sombra del extraño. Te espero anidando las vidas en tinta
indeleble. Te espero para que vengas a contarme qué aspecto tiene el triunfo y
la cana del afortunado.
Pero recuerda,
querido, que algún día nosotros también seremos fotos de muertos.
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