Me di cuenta de que odiaba Ring
of fire de Johnny Cash cuando, estando en el coche de papá, sonó en la
radio y sentí unas náuseas terribles:
—¿Estás bien?
—Sí.
Pero yo notaba que mi palidez era
notable y que la cabeza me daba vueltas. Papá seguía hablándome, pero a mí me
zumbaban los oídos y apenas alcanzaba a escuchar lo que decía.
I went down, down, down
and the
flames went higher
¡Qué sensación de intemperante
escapismo! Mi cuerpo se hizo pesado, mi vista nebulosa. El cansino ritmo
agobiando y la horrible y dicharachera trompeta maquinando el pobre sonido de
la guitarra era lo que más asco me producía. O era eso o era que aquella
canción me recordaba a mi estancia en Alemania y a la vez que mi jefe puso el
disco de Johnny Cash tres veces seguidas. Que yo trabajara en un antro abarrotado
de borrachos y música country sólo significaba una cosa: dinero, dinero para
poder quedarme allí todo el verano y conseguir subsistir de mala manera;
también para poder llevar a Cody a sitios raros con algo de yerba en los
bolsillos laterales de la mochila.
and it burns, burns, burns
the ring of fire
El viernes que conocí a Cody era
un viernes cualquiera. Pero era julio. Trabajaba unas siete horas. Estaba
implícito en la necesidad de ganar dinero, lo de explotar al cuerpo, digo. Todo
transcurrió con normalidad hasta que la gente se volvió como loca y empezó a
pedir cervezas como si hubiera una oferta o se hubiesen acordado de que era
viernes y que yo podía satisfacer sus necesidades beodas porque era la única
que estaba tras la barra. En verdad estaba bloqueada, los pies no se movían, no
respondían, estaban pegados al suelo. Un tipo bigotudo me hablaba de la crisis,
la voz detonante de aquel alemán amargado nubló mi deseo vivir; en el momento
en que conseguí un poco de paz, mi jefe puso el disco de Johnny Cash tres veces
seguidas. No sé qué diablos les pasa a los alemanes con este tipo y Phil
Collins, pensé mientras secaba vasos. Mi jefe debió ver mi cara de sufridora
y decidió perdonarme la vida dejándome ir a medianoche con más de cincuenta pavos
en el bolsillo.
Entonces me fui a Wiley y al
entrar tuve una especie de espasmo; aquel campus universitario era alcohol
puro, la gente bebía de todas las formas posibles, hacían kamasutras con la
maldita bebida. Decidí que necesitaba un trago y fui a la barra a por él. Allí
conocí a Cody. Llevaba una de esas horribles camisetas a cuadros verdes y el
pelo grasiento. Me gustó. A veces esas cosas pasan. Dejé que me invitara a una
copa y también al asiento trasero de su coche. No le hizo falta decir nada para
que yo dijera todo y acabara dándole mi teléfono.
A partir de ese momento empezamos
a quedar cada viernes en su casa, por seguir la tradición. Fumábamos cachimba y
luego hacíamos el amor en su cama, que no tenía somier. Por tradición él
tampoco decía nada y yo hablaba por los dos. Me sentaba en la ventana y,
mirando hacia la ciudad en posición soñadora, le hablaba de mis amores, tan
asquerosos como un plato de lentejas un martes cualquiera. Él fumaba en la cama
y me escuchaba, a veces venía conmigo y nos dábamos de fumar el uno al otro,
otras veces se quedaba en el colchón corrigiendo las cosas que decía mal.
Un viernes me presentó a sus
amigos, tipos majos; dos de ellos pseudointelectuales, los otros dos tenían las
neuronas epilépticas por culpa de la yerba. En un intento de reflexión sobre lo
que es la vida para el pájaro que no puede volar, sonó Ring of fire en el tocadiscos. Yo sentí deseos de ponerme a chillar
sin razón aparente, por entonces no sabía que odiaba la canción, simplemente
tuve esa necesidad. Cody me puso la mano en la rodilla y me dijo «du bist zu
heiß» en un intento de hacerme sonrojar.
Love is a burnin’ thing,
and it makes a fiery ring
No sé si llegué a querer a Cody,
de ser así lo hice por casualidad en un momento cualquiera. Él me dijo una vez
que le recordaba a una chica que le había gustado mucho, estábamos fumando un
canuto cuando lo confesó. Yo no dije nada, estaba concentrada en las os de humo
que salían de mi boca. Tenía la voz ronca de Cash incrustada en la cabeza y
canturreé inconscientemente «the taste of
love is sweet when hearts like ours meet». Cody sonrió, unos hoyuelos
aparecieron en su mejilla, luego todo se convirtió en materia erótica y nos
comimos la vida allí mismo, entre papeles arrugados y bolsas vacías de patatas
fritas.
Cody fue una de esas cosas que me
gustaron de mi estancia en Alemania. Me descubrió que el sexo en el suelo no
tiene por qué ser incómodo, que si el pájaro no puede volar es porque está
enfermo. Que yo odie Ring of fire de
Johnny Cash no significa que esa no sea nuestra canción. Si la odio, de hecho,
es porque soy bastante rara; que alguien como Cody se fijara en mí sólo dice
una cosa: que él también era bastante raro. Cada uno se complementa con quien
puede, o al menos eso me dijo una vez mamá.
Es tan tan tan tan precioso y bonito que me encanta. (Perdona mi forma de escribirlo, estoy algo atontada)
ResponderEliminarEscuchaba la canción mientras leía el texto y experimenté varias sensaciones, pero al final, me ha sacado una sonrisa.
¡Un beso!
A mí me puedes, Keiko. Me acribillas con tus palabras, haces lo que quieres conmigo, me matas. Simplemente me puedes, Keiko, me puedes. Me gustaría echarte algo en cara sobre lo que escribes, una crítica constructiva, algo, pero nunca puedo. Simplemente sigue.
ResponderEliminarSigue o God's gonna cut you down.
¡hola! vaya, así sin querer, me he tropezado con este sitio. y querida lady mccartney, le diré que pienso quedarme. tiene usted el don de las palabras. si bien el pajarito que preside este sitio me había conquistado con esa rechonchez y ese plumaje; el contraste con la crudeza, o la rudeza, o la vertiginosa rapidez del texto, ha logrado un efecto adictivo, y de aquí no me muevo hasta que publique otra vez.
ResponderEliminarun beso. –aunque yo difiero, y adoro ese canción de johnny–