Vida y
muerte han sido mías, y yo he sido monstruosa.
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La pasión según G.H, Clarice Lispector
día 12 (11/09/2017)
He temido en seguida –después de que se me ordenara
desintoxicarme encerrándome en la habitación de mi infancia–, que en cuanto a
mí misma, solo me queda amar lo que queda de mi cuerpo. Esto me resulta
insoportable, puesto que desde hace un tiempo estoy en la búsqueda de un alma
pura. Sin embargo, nunca, hasta ahora, cubierta de esta ictericia, he
despreciado tanto la vida. Supongo que esto es el amor, o en su defecto una
especie de carencia que necesita desaparecer por completo. Aplico violencia en
mi memoria: no soy dueña de esta vida, no soy dueña de esta esperanza, tengo
que matar la imagen que me devuelve el espejo, que afirma que yo soy, no sin
antes haber descartado, en algún otro lugar, la idea que tengo de mí misma.
día 13 (12/09/2017)
Quizá sea eso lo que quiere que piense mi enfermedad. Que la
escriba de este modo. La habitación, mi habitación, un libro lleno de páginas
con moho en las esquinas. ¿A dónde me lleva esta habitación? ¿Qué hace conmigo
cuando duermo? Ten fe, me digo a medida que me tumbo en la cama y dejo que el
dolor y el sudor fluyan por las extremidades. Una larga paciencia transcurre
hasta que concilio el sueño, y ya no se me permite ver a través de lo negro lo
feliz que pude haber sido alguna vez. Ya no te conozco de nada, le digo a la
oscuridad antes de evidenciar la muerte de otro sentido.
día 16 (15/09/2017)
Palpar el cuerpo. Todavía hay algo de belleza en él antes de
que se complete el triste sabor de la raíz contaminada. Observo mis ojos: ojos
que antes brillaban, desesperados, que devoraban insaciables los huecos vacíos
de los rostros, ojos que antes amaban las mañanas y los muchachos, y que se
alimentaban de libros, secretos y silencios. Observo mi boca: boca que niega el
alimento, que lo expulsa. Boca enferma. Boca del mal, de la herida. Boca que
antes deleitaba con otras bocas, en partes del cuerpo. Boca que se adhería a la
palabra y que ahora niega la vida a cada bocado. Observo mis manos: por los
ojos y por la boca me he contaminado, pero por las manos llegó el ciego y la
fiebre –ay, con estas manos he recogido la sangre y las heces–, por las manos
llegó el gesto y el saludo al pasado, por las manos se transmitió la enfermedad
del hígado –que habrá ido a parar a otras manos y que será visible por otros
ojos, saboreado por otra boca–. “Qué
harás cuando tú, que te has humillado, mueras…”
(...)
día
27 (26/09/2017)
El estómago, digo, el estómago me
está pidiendo a gritos misericordia. Primero, el temblor de la mañana, algo
oscura; luego, mi cuerpo convertido en una cariátide. Y no, “ya no tengo la sensación de estar enferma
de tiempo”.
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