Mulholland Drive, David Lynch, 2001.
Quién coño te crees que eres, tú
miserable, que has saboteado mi cuerpo y lo has llenado de polvo y células
muertas. Qué coño crees que haces en tu bosque lleno de ramas secas, con el
fuego apunto de arder, alimentando las llanuras con el amor que inventaste para
poder vivir.
Y a dónde coño vas, alejándote
así, como el sueño del niño, por los caminos de estas tierras llenas de barro y
soledad calcinada. Y por qué coño te meces, tú miserable, en los brazos de la
mujer. Ella que te añora y te mira con tanto afecto, ella que te regala la
intensidad de sus días. Ella que no olvida, que no conoce la libertad de su
corazón, sino la muerte del mismo —¡PUM!, estallidos de
ausencia.
Qué
coño sabrás, tú apático miserable, que cuentas historias para aprender a tratar
con el enemigo. Qué coño sabrás del olvido y el odio, la herida interminable. Tú que te atas a tus
huesos rotos e impides el avance. Tú que haces desconocer lo conocido, que
apartas de ti la confianza, el cariño. Tú serás, impío, por siempre bache en mi
camino, sexo amargo, polución en mi costado. Tú serás, sí, la tempestad que
traerá de nuevo lo salvaje, el bendito caos, la miseria anhelada. Muérete ya
por los rincones de la memoria.
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