miércoles, 15 de julio de 2015

de aquel día en el que me di cuenta que había perdido la cartera

Albert Renger-Patzsch, 1935.

En comisaría soy VISITA 2. Me tratan de usted. Huelo a sudor y me duelen los ovarios. Hace calor. Espero a que me llamen por VISITA 2 para denunciarme por perder la identidad. En realidad puede que me la hayan robado a propósito. Pero tengo que firmar y declarar que ya no tengo todo aquello que decía que yo era sin querer —alguna vez— haberlo sido. Ahora soy nada, ejecuto el papel de la Nada. Me siento terriblemente extraña. Hay ruido fuera, un ruido feo y molesto. Espero a que me llamen. Dicen siguiente. No saben mi nombre, podría inventarlo. Podría inventar, también, mi procedencia. Ser otra. Alguien todavía más egoísta, más fiel a los días en los que nadie es asimismo nada y nada resulta ser la única verdadera batalla contra el tiempo. Como VISITA 2 podría aferrarme a la idea del cambio: otra vida, otro malestar, otro corazón.

Soy VISITA 2. Me tratan de usted. Me dicen de usted. No tengo dinero ni documentación. No tengo ningún papel, ninguna esperanza impresa. En el bolso llevo una compresa. Es lo único seguro que tiene ahora mi vida: el dolor en el vientre, la sensación extraña, el ruido molesto ahí fuera —pero también la soledad de mis movimientos en comparación con el resto, el pájaro azul, la hierba seca, la ausencia, la herida en el talón del pie derecho, una novela de Marguerite Duras. Soy VISITA 2 y este apunte es la única prueba que afirma que al menos, durante un día, fui alguien verdaderamente anónimo para el mundo y para mí misma.

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