Albert Renger-Patzsch, 1935.
En comisaría soy VISITA 2. Me
tratan de usted. Huelo a sudor y me duelen los ovarios. Hace calor. Espero a
que me llamen por VISITA 2 para denunciarme por perder la identidad. En realidad
puede que me la hayan robado a propósito. Pero tengo que firmar y declarar que
ya no tengo todo aquello que decía que yo era sin querer —alguna vez— haberlo sido. Ahora
soy nada, ejecuto el papel de la Nada. Me siento terriblemente extraña. Hay ruido
fuera, un ruido feo y molesto. Espero a que me llamen. Dicen siguiente. No saben mi nombre, podría
inventarlo. Podría inventar, también, mi procedencia. Ser otra. Alguien todavía
más egoísta, más fiel a los días en los que nadie es asimismo nada y nada
resulta ser la única verdadera batalla contra el tiempo. Como VISITA 2 podría
aferrarme a la idea del cambio: otra vida, otro malestar, otro corazón.
Soy VISITA 2. Me tratan de usted. Me dicen de usted. No
tengo dinero ni documentación. No tengo ningún papel, ninguna esperanza
impresa. En el bolso llevo una compresa. Es lo único seguro que tiene ahora mi vida: el dolor en el vientre, la
sensación extraña, el ruido molesto ahí fuera —pero también la soledad de mis
movimientos en comparación con el resto, el pájaro azul, la hierba seca, la
ausencia, la herida en el talón del pie derecho, una novela de Marguerite
Duras. Soy VISITA 2 y este apunte es la única prueba que afirma que al menos,
durante un día, fui alguien verdaderamente anónimo para el mundo y para mí
misma.
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