Últimamente me da por pensar mientras camino de vuelta a casa.
Envuelta por unas reflexiones vanamente clandestinas, me pongo a contar con una
molesta voz de narrador homodiegético historias que contienen un índice de
realidad más elevado que el de los libros de poesía. Es sencillo: me pongo
frente al espejo y repito una y otra vez «los
recuerdos no existen, los inventas tú» hasta que un ruido estrepitoso
interrumpe mi meditación. El ruido ese, que se repite una y otra vez, no es
otro que el de la incertidumbre rozando el suelo —siempre la llevo colgando más
bajo que el bolso. Y todo el maquillaje que cubre y modifica el rostro de una
mona que nunca supo vestirse con seda de calidad, se desvanece con el fino
contacto del algodón. Sí, Stevenson se inspiró en mí para escribir sobre el
Doctor Jekyll y el Señor Hyde, aunque en mi caso más que extrañeza hay
veracidad.
«Los recuerdos no existen, los
inventas tú»
Tendrías que verme limpiar los
zapatos con agua y jabón; ni la clásica Cenicienta lo hace con tanta tristeza
como yo. Si las lágrimas caen, nunca se distinguirán de los vómitos; si las
palabras fluyen, nunca sonarán más alto que la música del vecino. Ya es algo
obvio el asunto de no echar de menos la esclavitud de los lunes o las tareas
domésticas que dictaminan las obligaciones; que todo se satura, se abre y se
cierra, y que el gato ya no está ni triste ni azul. Ahora me da por sentarme a parlotear con desconocidos porque prefiero su compañía antes que la de mi
conciencia. Puede que se refleje en mi cara el símbolo fálico de la tristeza
(¿Estoy tan enferma como la rosa de Blake?) y por eso la gente me pregunta
mientras yo les hablo de ti sin mencionarte.
Regresar a casa de madrugada me
hace pensar en la cantidad de cosas que tengo que hacer y en el poco sentido
que tiene ponerse a escribir cuando hace frío y no existen brazos que te acunen
después de que se acabe la tinta. La mierda es más real que el dolor de mis
pies.
«Los recuerdos no existen, los
inventas tú»
—Eh, tú, ¿quieres que te acompañe
a casa?
—Vete al carajo, estoy cansada.
Y de este modo desnudo mi cuerpo
cubierto de costras y lo convierto en materia imperceptible. «Maldita primavera»,
pienso, y me sumerjo en el vacío de la calle. A ver si hay suerte y no pillo
ningún semáforo en rojo.
"Los recuerdos no existen, los inventas tú". Todo es subjetivo, incluidos los recuerdos. Recordamos lo que queremos, o lo que más nos afecta, amoldandolo a nuestras necesidades, así que esa frase, es cierta.
ResponderEliminar(Saludos con café)