yo creía que,
si me hubiera quedado en el vagón del metro, con aquel hombre negro borracho,
si me hubiera quedado a aplaudirle su canto a: la pobreza, la intolerancia, el exilio
forzoso, el perro guía que descansaba en el suelo por el calor. Si me hubiera
quedado, o bajado con él para seguir su danza allá hasta loquenoesoccidental,
hacia la obsesión por ser alguien, con mi piel blanca; si me hubiera quedado
con los otros dos chavales negros que se subieron al vagón en Nuevos
Ministerios y tomaron su relevo tan solo chocando las cinco, sentándose como
fantasmas en un par de asientos; si me hubiera quedado allí, si lo hubiera
hecho y no hubiera tomado la iniciativa de comprar una cajetilla de cigarros
porque mi cuerpo no paraba de temblar y en mi piel habían salido unas
salpicaduras extrañas, moradas, que al menos no picaban en absoluto. sin
embargo no lo hice, porque yo creía que mi imagen y mi lenguaje no son lo
suficientemente sensibles como para cambiar el tiempo; sin embargo jamás supe
leer bien a Kafka, ni desarrollé el pensamiento kafkiano, ni me adherí a ningún
viaje, quedé fuera de, como todo cuanto hago, y aún siento sus dedos dentro de
mí, los siento, me aferro a esa imagen, me aferro a sus dedos en mí, en mí…
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