«Hija mía, eres tan horriblemente salvaje y, sin embargo, tan joven»
El puente del cuerno de oro, Emine Sevgi Özdamar
Estuve
cerca de región durante una semana, vi mi tierra, tierra amarilla, campo de
Castilla, de olmos y álamos, ríos y fuentes, viñedos, vi todo, todo lo que creí
que había olvidado ya, recuperé la vista de aquello que había dormitado en mi
cabeza en los últimos meses como un vago recuerdo melancólico; vi todo, y me
maldije por haber renegado aquel paisaje una y otra vez para hacerme al nuevo
campo extranjero, enraizarme y regarme para crecer como una flor hermosa en él;
vi todo, te digo, todos los mirlos que emigraron, todos, habían ido a Castilla:
cantaban enteros; todo el sol que faltaba en mi nueva tierra, irradiaba allí,
allí, y allí también vi cómo Emma se atrevió a fumar un cigarrillo sin apartar
la vista del cielo, cielo en calma, azul cristalino, brillante, cielo que yo
contemplé durante un rato como una niña chica, porque luego oí la voz materna y
paterna, alguien que me llamaba por mi nombre, que me nombraba, lo había
olvidado, también, que tenía un nombre y que todavía había quien podía
pronunciarlo bien. Mamá y papá aparecían a lo lejos, mamá corriendo con un
abrigo rojo hacia su hija pequeña, alegría, alegría, cuatro meses sin vernos,
la hija que vive en el extranjero, la hija que aún estaba enferma cuando la vio
de nuevo partir, la hija, mi niña chiquitina, que ahora tenía el pelo largo, la
hija que iba en busca de un lugar llamado hogar, de un canto que no fuera de
nadie más que suyo, la hija que venía unos días para recordar y hablar de
tantas, tantas cosas, hablar de todo aquello que todavía no había sido capaz de
poner por escrito; mamá, yo quería escribir una novela, pero no soy capaz; mamá, papá, os escribo a vosotros, con este abrazo, os escribo un campo de
palabras, como este de Castilla, tan vivo, estas frases primitivas, tan
salvajes; en estas pocas horas que podemos pasar juntos, quiero cogeros la mano
y personalizarme de nuevo, a vuestro lado, como cuando no era muda y no existía
lo negro y, todavía, a vuestro lado, todo eso que nombrabais era yo.
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