—Te estás quedando en los huesos
—me dijo, y lloré calcio en silencio.
—Si me despojara de la ropa
podrías comprobar que no es así —intenté defender la postura de mi figura—; no
soy solo huesos, también tengo piel, escamas y alguna que otra pluma incrustada.
Él sonrió, pero lo hizo de manera
cáustica, sin aparentar que su deseo iba más allá de una indecisión crítica.
Noté su preocupación, su codicia de atosigarme con consejos baratos sacados de
un manual de filosofía de mercadillo, así que suspiré de forma metódica para
que supiera que la veda de interpelaciones estaba abierta. Todo estaba encaminado
hacia el declive, tenía que saberlo.
—¿Cómo estás? —La esperada
pregunta se formuló al fin en sus labios agrietados a causa del estrés.
—Todo lo bien que puede estar una
tipa que lucha consigo misma todos los días —bosquejé a media voz, y me senté
en el suelo, cruzándome de piernas. Al soltar eso me sentí aliviada, como
cuando tienes una necesidad apoteósica de deshacerte de algo que lleva
comiéndote las entrañas durante mucho tiempo. Era una sensación lenitiva que ya
había percibido anteriormente, cuando remedié un picor punzante a base de
mordiscos en la epidermis.
No pretendía acaparar su
atención, no, la atención es algo que siempre he suscitado desde el momento en
el que cruzo el umbral de una puerta, así que no hizo falta poner cara de
muñeca trágica para que él supiera que lo que acababa de decir era una cosa
cierta, que el tono empleado era el
mismo tono tranquilo con el que podía llegar a pedir una Coca-Cola. Por eso él
permaneció quieto, mirándome desde la bitácora espacial de su pupitre, sin
fruncir el ceño como siempre hacía, sin arrugar los labios para coger
carrerilla y comenzar su rutinaria maratón de reconvenciones. No. El silencio
estaba tan presente en aquellas cuatro paredes que hasta podías llegar a
tocarlo. Sentí que me estremecía, pero reprimí el impulso de encogerme de
hombros para no mostrar que, en realidad, mi reciente confesión había salido de
mi boca como si fuera un boomerang herido sin la menor intención de volver a su
lugar de origen.
—No es la primera vez que te
escucho decir eso —se cruzó de brazos; el movimiento repentino de su
extremidad, allá en el sur de su geografía, permitió que el perfume que tanto
lo caracterizaba llegara hasta mis pituitarias. Lo absorbí ansiosa.
—Supongo que tampoco será la
última —alcancé a decir cuando me recompuse de aquel dulce ataque—. No es nada
nuevo ni tampoco raro que una persona eche de menos algo. ¿Sabes? He
sobrevivido a dos guerras civiles contra mi mente y a una mundial contra la
gente, creo que merezco una medalla conmemorativa o algo así. Pasar a la
historia como una kamikaze persuasiva, ¿no crees? Se necesita crear un Imperio
para acabar con esta plaga de conocimientos vacíos supurados por el miedo de la
guillotina vital. Hasta los cafés me saben a signos de interrogación.
Se acercó a mí. Me rodeó con su
brazo derecho y me miró fijamente a los ojos. Nunca los había visto tan azules.
Me besó en la frente y después me acarició el cabello. Por un instante pensé
que le había causado lástima y que había actuado así porque no quería que
rompiera a llorar como una niña pequeña. No tenía ninguna intención de hacerlo,
pero en aquel momento me entró una quemazón en el pecho y noté que los ojos se
me llenaban de agua. Me sentí muy tonta. Tragué saliva y me recompuse
inmediatamente.
No volvió a decir nada, ni a
preguntar nada, ni a reprochar nada. Su actitud había adoptado la actitud de un
hombre enamorado —o eso especulé— y lloró conmigo de forma taciturna. No dejó
que yo volviese a hablar. El brillo de su mirada se fue volviendo más y más
quebradizo y yo pestañeé varias veces porque me convertí en un individuo
cohibido y diminuto al que se le podía aplastar con tan solo un inocente gesto.
Apoyé mi cabeza en su pecho y él comenzó a respirar paulatinamente. Eso sólo
podía significar una cosa: el mar estaba en calma. Agarré con fuerza la esquina
de su camisa tejana y cerré los ojos fuertemente; aquel mes de junio estaba
siendo el mes del cataclismo, pero ya pasaría.
Wow! Escribís muy bien, sentí que se me estrujaba un poco el corazón.
ResponderEliminarUn beso, por si acaso lo necesitas ;)